Enrique
Ponce, que viene a torear a esta Lima 2014, es la sabiduría taurina, el arte,
la belleza del toreo, la escultura viva sobre el ruedo. Es el poderío, el
dominio total del oficio, la hondura de la lidia. Es también la juventud
experta, el conocimiento cabal de todas las suertes, el temple y el valor.
1.
Ningún aficionado tiene dudas: Ponce es una de las figuras
del toreo de todas las épocas. Junto a Paquiro, Pepe Hillo, Lagartijo,
Frascuelo, Bombita, Machaquito, Joselito, Belmonte, Domingo Ortega, Manolete,
Bienvenida, Ordóñez... figurará siempre el nombre de Enrique Ponce que es ya
Historia del toreo. Pocos matadores tan completos ha dado la Fiesta. Es un
prodigio sobre la arena. Puede con todos los toros y ha sabido encender a todos
los públicos. Tiene además una gran capacidad para la comunicación. Es un
maestro.
Mario Vargas Llosa ha dicho del maestro: “En Enrique Ponce
se reúne una combinación de talento natural, esfuerzo y disciplina que le permite
llegar a dominar ese arte difícil, esa destreza llena de misterio que es la
Tauromaquia. Su trayectoria no ha sido una rutina, cada corrida ha sido para él
una aventura y un acto de creación, en el sentido más artístico y más estético
que tiene esta palabra. Su toreo comparte la inspiración, la intuición, la
fantasía en unas dosis que se van combinando de manera magistral. Su vocación
fue precoz y el talento también. Esa autoexigencia le llevó a hacer grandes
sacrificios desde muy joven, inverosímiles para quien era un niño.
Es una persona transparente, una persona de una sola palabra
y de una sola pieza a quien, cuando uno conoce, no solo admira por lo que hace
sino quiere por lo que es. Enrique Ponce es una persona genial y deslumbrante,
al mismo tiempo que sencilla y generosa, sin las pequeñeces que a veces
acompañan al genio. Tiene el culto de la amistad y es una persona que carece de
envidias, que goza con el triunfo de sus compañeros.
Cuando uno piensa en todos los éxitos que ha tenido Enrique
Ponce por el mundo piensa que debe ser un hombre muy feliz, un hombre elegido
por los dioses y la buena fortuna, y efectivamente es así: ha ganado los
mejores laudos en su profesión, que es también su vocación, está casado con una
mujer que además de bellísima es encantadora, tiene dos hijas preciosas que son
las niñas de sus ojos, y parece verdaderamente la hechura y el dechado de la
felicidad.
2.
La vida de Ponce ha estado entregada en su plenitud al toro
bravo, un animal al que ama y respeta de una forma desmedida. Su trayectoria es
un compendio de talento natural, esfuerzo, disciplina y autoexigencia desde que
era un niño. Quién se iba a imaginar que aquel niño iba a ser quien es
actualmente: un maestro del toreo que lleva a sus espaldas una carrera de
gloria y triunfos como ninguna.
Y Enrique Ponce lleva indultados hasta el momento 31 toros.
El dato puede parecer a simple vista una curiosidad estadística, incluso habrá
quien lo interprete como un fenómeno propio de nuestro tiempo, sin embargo, la
enorme relevancia del hecho y todo lo que significa, no puede pasar desapercibido
en el panorama actual de la tauromaquia.
Es indudable que nos hallamos ante un acontecimiento anómalo
en la historia del toreo y su interpretación merece ser analizada con
detenimiento. Se puede argumentar que, actualmente, el público muestra mayor
blandura en todas las cuestiones que tienen que ver con la muerte de los
animales. También cabe plantearse si las ganaderías en los últimos tiempos no
han construido un toro más complaciente con los diestros. Es posible, que estos
y otros elementos puedan tener cierta relación con el número de indultos, pero
aún así, surge inevitablemente la misma pregunta ¿Si las condiciones son tan
óptimas por qué los demás diestros no indultan con tanta facilidad?
Ese es el núcleo de la cuestión. Si establecemos un orden en
lo que entendemos como la maestría de un matador, obviamente, la suerte final
es la que figuraría en primer lugar. Resulta evidente que el momento decisivo
no se obtiene sin un perfecto conocimiento del cornúpeto. No sólo se trata de una
cuestión de pericia en clavar y acertar el punto exacto sino que para ello hay
que poseer una enorme intuición del toro que se tiene enfrente y haberlo
conducido hasta allí en determinadas condiciones. Una buena muerte es el
colofón de un complejo proceso armónico cuyo principio empieza unos años antes
de la corrida, si ésta no ha funcionado perfectamente, la mejor de las muertes
se convierte en una simple ejecución. Semejante acto, tan decisivo en el
conjunto de la lidia, es también el resultado de una combinación de virtudes en
el diestro, las cuales, entre las más destacadas, figura en primer lugar el
conocimiento del animal, y por consecuencia, el dominio del hombre sobre la
irracionalidad.
3.
Ocurre como en todas las artes; por encima de cualquier otra
capacidad, ya sea fuerza, gracia o arrojo, admiramos la inteligencia del hombre
capaz de dominar la abrupta naturaleza y generar la belleza. Unas veces con
unas piedras convertidas en Venus o en Partenón, otras con simples pigmentos de
color mezclados en aceite y transformados en Meninas. Se trata del mismo
proceso que lleva al torero a enfrentarse con una fuerza feroz de media
tonelada. Un enfrentamiento con la energía brava e indómita del toro y que sólo
el genio humano es capaz de transformar en acoplamiento armónico lo que de
natural sería pura bestialidad.
Si invertimos el tema y lo planteamos desde la óptica del
protagonismo animal en la tauromaquia, tendremos que convenir que el mejor
matador será quien consiga un mayor lucimiento del toro, y semejante requisito,
hoy por hoy, es Enrique Ponce el que mejor lo exhibe en el mundo taurino. Bajo
este concepto, sus numerosos indultos lo avalan como un espléndido e insólito
torero.
La habilidad que muestra para extraer lo más estimable del
otro protagonista del rito, es excepcional. Con semejante facilidad de
percepción, Ponce consigue momentos donde la simbiosis con el toro nos resulta
fascinante y ello, sólo es posible alcanzarlo uniendo dos condiciones que
raramente afloran juntas en los matadores; la primera, el conocimiento y la
segunda, la generosidad.
Enrique Ponce no se lanza previamente al lucimiento
personal. Se olvida conscientemente de su “yo” para encarar la lidia hacia el
descubrimiento de las mejores dotes del animal, situándose en un plano de enorme
generosidad y reverencia con el toro. Sus faenas son actos de amor hacia él y
la consecuencia es un ensamblaje perfecto. Los que le conocemos personalmente,
podemos observar desde las gradas como su más profundo temperamento humano se
manifiesta con toda transparencia durante la lidia. En la plaza es paciente,
delicado, ingenioso y solamente enérgico cuando resulta inevitable. Conduce la
faena con la misma suavidad con la cual los mejores artistas nos ofrecen sus
obras, imprimiendo una sensación de facilidad capaz de hacernos olvidar incluso
el riesgo evidente.
Ante un toreo abocado hoy hacia la exhibición circense,
donde un solo protagonista busca por encima de todo el lucimiento, Enrique
Ponce opta por todo lo contrario, y es precisamente esta virtud la clave de su
éxito. Lo encuentra sin buscarlo. Este hombre podría decir lo mismo que Picasso
“yo no busco, encuentro”.
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