Su cuerpo es el mismo mapa del país. Cicatrices
en las inglés como hondas quebradas, heridas tapiadas en la panza cual cañones
interandinos, brechas profundas en la vida que la carne de los tiempos bordó
como claves de una tragedia frente a las fieras. Y su estatura apenas
sobrepasa el metro sesenta. Oiga maestro, y usted cuánto mide ‑‑le suelto el
dardo de la duda‑‑. «No sé, nunca tuve estatura y mi altura jamas fue problema».
Y una costura baja desde la oreja derecha hasta el bigote imaginario. Estoy
frente a quien fuera uno de los mejores toreros peruanos. Un ser muy especial
Adolfo Rojas Barrios «El Nene».
1.
Un departamento bien colocado en Lince frente a los Pollos Hilton. Y
en la ventana del tercer piso está el matador observando la mañana. Ahora baja
para abrir la reja. Está enchalinao y camina como cuando realizaba el paseillo,
con garbo aunque calce chancletas y hable de Leguia como si fuera su primo.
Ahora me muestra sus fotos y la vieja Plaza de Acho con sus cuartos, brilla
ante un par de banderillas al quiebro. Su traje Grana y Oro sirvió para una
postal de promoción del gran Juan Belmonte en Lima y no era don Juan sino don
Adolfo de espaldas a la cámara en una ceñida «Verónica» inmortal. «Negro toro, nostálgico de heridas/
corneándole al agua sus paisajes/ revisándole cartas y equipajes/ a los trenes
que van a las corridas.»
‑‑Mire que yo nací por pura casualidad en la
ciudad de Jauja. Mi padre era militar, ayudante de don Pedro Pablo Martínez, y
lo mandaron a develar una revolución chiquita. Mi madre estaba embarazada, y
que caray, yo nací bajo el cielo serrano aunque siempre vivimos bajo el Puente
en el Rímac, en la Calle
Nueva, junto a la iglesia de San Lorenzo, en la esquina con
el jirón Pataz. Una cuadra más arriba era territorio de los banderilleros, ahí
estaban don Juan Giani Rubio, cuñado de Carlitos Sussoni gran maestro y mejor
señor, también Jorge Sánchez «Miura» que me enseñó los primeros secretos. Los
taurinos éramos como una familia.
Entonces saca una botella de pisco-pisco y pide café y copas. Y sirve
sendos vasos con el temple de un ayudado por bajo. Adolfo Jr. que estudia
ciencias de la comunicación en la universidad de Lima nos dice que su padre
jamás lo quiso llevar ni a una tienta y menos a una corrida. No quiere que siga
sus pasos ‑‑habla casi resignado‑‑. No obstante, en su mirada hay afición y
sangre «El Nene» ahora me muestra su montera y su coleta. Un par de medias
rosadas están impecablemente dobladas como si ayer no más fuera su última
cogida, perdón, corrida. Sirva otra copa matador. «¿Qué suenas en tus cuerpos, qué escondidas/ ansias les arrebolan los
viajes/ qué sistema de riesgos y drenajes/ ensayan en la mar tus embestidas?»
‑‑La primera vez que vi un toro fue algo fortuito
y terrible. Estabamos caminando con mis hermanos mayores frente a La Plaza de Acho y nos
invitaron a pasar porque había un festival pro fondos de un albergue. Así que
como regalaban caramelos y bizcochos, nos metimos. De pronto soltaron a un
toro y yo me puse a llorar de pánico y ni por mas que se presentaba la compañía
del bufo «Chaplín y sus botones» que cuando abrió su maleta se escaparon como
mil gatos, ni por más que aumentaron mi cuota de golosinas, pudieron aguantar
mi berrinche. Al principio me moría de vergüenza pero me sobrepuse y solito
una mañana con mandil de colegio me presente a la plaza para que me enseñen a
torear. Así era de radical y de bravo.
Tiempo después debutó de becerrista en la misma Plaza de Acho. La Peña Taurina de Lima
organizaba un festival. Al tenor cómico Caballero le tocó un bicho bien feo y
no quiso torearlo. Entonces lo llamaron: «Adolfo Adolfo». Y Adolfo ni corto ni
perezoso se lanzó al ruedo. Habían pasado apenas dos años de su pataleta de
mocoso pero esta vez se plantó frente al animal, le pegó un par de pases como
mandan los cánones y el público se vino abajo. Con rodilla entierra siguió su faena
y la plaza fue un loquerío. Era difícil en esa época cortar orejas en Acho. No
importó, «El Nene» simplemente salió en hombros y pensar que sólo tenia once
años. «Nostálgico de un hombre con espada,/
de sangre femoral y de gangrena,/ ni el mayoral ya puede detenerte.»
Qué por qué me dicen «El Nene». No sé, desde que era chiquito escuché
que me llamaban así. Yo era el menor de mis siete hermanos y no era tan
desarrollado de físico que digamos. Una tarde que yo toreaba, un amigo de mi
familia se sentó junto al periodista Fausto Gastañeta y cuando me vio le dijo:
Ese es el «nene», y el periodista así me bautizó. Mi primer traje de luces me
lo obsequió el empresario Manuel Pérez León, era de color Perla y Oro. Antes,
en la revista «Variedades» apareció una foto y este titular «Niño peruano
pegando un derechazo con pantalones cortos». En realidad por aquella época no
existía mucha afición y las corridas se daban de vez en cuando. En ese tiempo
destacaban Carlos Sussoni y Elías Chávez «arequipeño». ¿E Isidoro Morales?
2.
Y don Adolfo que no fuma, que dice ser un hombre casero, que ahora
trabaja en la municipalidad del Rímac, lidió más de tres mil toros y no a
todos les dio muerte, apenas un centenar se salvaron de su magistral estoque.
Un día el empresario español Joaquin Vera lo contrató para que toree en la
misma plaza de la Ciudad
de La Habana
-así como suena- que era un pequeño coliseo para cuatro mil personas. Esa tarde
se encerró con cuatro bureles de casta. El peruano gustó y repitió tres tardes
más con un público encandilado y al borde del infarto. Es que «El Nene» era un
torero alegre, variado y muy valiente. Banderillaba y hasta hacía de picador.
Era un gusto verlo solo frente a la bestia, en medio de la plaza, con su tamaño
pequeñito, cada vez más aleonado y con el cuerpo cosido a cornadas. «Corre toro, a la mar, embiste nada/ y a un
torero de espuma, sal y arena,/ ya que intentas herir, dale muerte.»
‑‑También actué en la plaza de Montevideo con el
mismo empresario. Ahí fui amigo del presidente de la república que me hizo
hospedar en el mismo palacio de gobierno. En Bolivia fue igual, el presidente
me llevaba a la residencia presidencial a jugar palitroques y tomar whisky.
Fue recién en 1936 que Lima se convierte en un mercado taurino. Ese año don
Óscar Pomar se empeña en programar novilladas. Bueno, toreamos con Luis
Iturrigui, con Chirinos, con José Muro. El año anterior hubo una pequeña temporada
y llegaron desde España «El Niño de la
Palma» que fue el padre de Antonio Ordoñez, Vicente Barrera,
Florentino Ballesteros, Pedro Castro «Facultades», todos españoles. Aquello
sirvió para levantar la afición y para que aparezcan nuevos novilleros.
Y vieron su arte las mejores plazas de México, de Venezuela de
Colombia, de Ecuador, también de Chile --sí señores-- y por supuesto de
Españaa. El 4 de enero de 1945 recibe la alternativa como matador de toros
siendo apadrinado por Rafael Ponce «Rafaelillo» o conocido también como
«Polvorilla» siendo testigo Juan Belmonte Campoy, el hijo del épico «Pasmo de
Triana». Y ahí está don Adolfo mostrando una foto espectacular de aquella
tarde, realizando el paseíllo, esa tarde que se abría la nueva y remodelada
Plaza de Acho. «El Nene» había matado el último toro de la antigua plaza y el
primero de la nueva. «El Nene» ya era historia y leyenda. ¿E Isidoro Morales?
‑‑Sabe una cosa, tengo otro récord, apenitas 36
cornadas, sólo me supera Diego Puerta. Una vez en Guayaquil me pegaron dos
cornalones en la misma ingle. El primer toro me mandó a la enfermería y apenas
se descuidó el médico me escapé y salí a matar mi segundo toro. Eataba medio
cojo y otra vez, me dieron en la misma herida. Sentí que moría porque
presentaba dos trayectorias como de 18 centímetros, de
milagro me salve. Aquí en Lima, mucha veces me dieron por muerto, tenía las
tripas colgando, me salían chisguetes de sangre, pero era muy difícil que me
metan a la enfermería. Una vez estuve inconsciente cerca de 15 días. Otro toro
casi me arranca un ojo. Mire no le miento.
Ahora se alza el pantalón y me muestra dos cicatrices en el muslo de la
pierna derecha, dos surcos como el cañón del Colca ahí donde le dieron a
Paquirri, ahí donde le pegaron a Pepín Martín Vásquez y que el propio Manolete
salvo al aplicarle un torniquete para que no se desangre. En la otra pierna le
falta la mitad de la nalga, y más arriba todavía, el tórax geográficamente se
muestra accidentado, como el boquerón del padre Abad. En 1947 debuta
en la plaza de Bilbao en España. El pequeño valiente se juega en cada
pase. El toro hace por él lo empitona en cámara lenta, brota la sangre a
borbotones, su cuerpo en vilo es llevado a la enfermería donde lo operan con
anestesia total, luego despierta en la cama de un hospital madrileño. Ahí mismo
pregunta dónde está el toro dónde ese maldito bicho. «Oh tu, toro hermosísimo, piel sorprendida,/ ciega suavidad como un mar
hacia adentro,/ quietud, caricia, toro, toro de cien poderes,/ frente a un
bosque parado de espanto al borde.»
‑‑Mi traje favorito es el Rojo y Oro, un color llamativo,
que enciende a cualquier aficionado. En los diez años que estuve en España
comprendí que eso del toro era la cosa más difícil del mundo. Ahí nadie habla
bien de nadie porque hay que ganarse un espacio. Montani tuvo éxito porque al
principio colaboró con Carlos Arruza y este le dio la mano después para que
triunfe en algunas plazas importantes. A Rafael Santa Cruz lo apoyó Dominguin
-no sé por qué motivos- y Rafael fue un éxito. En mi caso, las únicas personas
que me ayudaron fue la familia Bienvenida, ellos vivían en la calle General
Mora en Madrid. Manolito era el que sabía más. José era muy fino y Antonio era
un lidiador festivo. A Manolito no lo mató un toro, lo mató un quiste en el
pulmón.
3.
3.
Y cuando el Perú entró en conflicto bélico con Ecuador, «El Nene» se hallaba radicando en Guayaquil. Lo habían programado un domingo de guerra y el empresario le sugirió que no se presentará porque el público ecuatoriano se le iba echar encima. Don Adolfo dijo que el no era soldado que él era un artista y fue a la plaza. En el paseíllo hubo insultos y rechiflas pero ahí había un valiente. «El Nene» se cuadró de hinojos frente a la puerta de los chiqueros y espero al toro con una larga cambiada, volvió a repetir el lance clavado en la arena, y después cuatro pasos más. Los ecuatorianos que saben toros se querían morir. Ese domingo observaron un faenón y sacaron al peruano en hombros desde la misma plaza hasta el hotel. Esa misma noche se firmó el acuerdo de paz.
Y no sólo inventó el natural invertido, que ahora me está explicando
como se ejecuta, sino aquel pase que después lo llamaron la «Girondina» en
homenaje al maestro Girón. Ya el joven Adolfo lo había puesto en practica en la
década del treinta en la vieja Acho. Ahí están las fotos de la época, amarillentas
pero como fiel imagen de un pasado sublime. Entonces le pregunto por el miedo.
Y «El Nene» siente miedo. Dice que es algo así como una terciana, que
inmoviliza, que no deja pensar, que paraliza las facultades y uno olvida todo
lo que aprendió, que nunca un torero debe dejarse dominar por el temor, que
hay que tener dominio de si mismo. Entonces le hablo de los tres miedos, de
aquel que se siente por el toro, del otro que se sufre por el público, y del
más terrible, del miedo al mismo miedo. Don Adolfo sirve otra rueda de piscos.
--Oiga, yo soy muy católico. A mi me faltan Santos, pero al que le tengo
más fe es a San Martín de Porres. El día de la corrida me levantaba tarde y de
ahí a misa. Luego volvía a descansar v no comía absolutamente nada. Hay toreros
que comen de nervios pero eso es peligrosisimo si uno sufre una cornada, que
para mi no era nada raro porque yo me arrimaba de verdad. Luego me vestía con
calma y de ahí otra vez a la capilla a rezar. Yo he toreado hasta los setenta.
La última vez le pedí prestado un traje a Rafel Puga y me lo dio con estas
palabras: no importa que me lo devuelvas roto o parchado, con tal que no me lo
regreses cagado. Es que con el miedo, a ciertos toreros se les suelta el
estomago, eso es peor que una cornada «Y
su sangre ya viene cantando:/ cantando por marismas y praderas,/ resbalando por
cuernos ateridos,/ vacilando sin alba por la niebla...»
El mayor triunfo de «El Nene» ocurrió en la plaza de Las Ventas en
Madrid. El madrileño es un público muy exigente y su reglamentos es de verdad
estricto. Nadie que no haya cortado dos orejas puede salir en hombros de
aquella catedral del toreo. «El Nene» a principios de los cincuenta rompió
esquemas y estuvo apoteósico. Tras notable faena entro a matar y pinchó volvió
a repetir y volvió a fallar con el acero. Así perdió los trofeos pero el
público ganó un ídolo. Sin hacer caso de la ley, se llevó al matador en
hombros. Y también está el documento gráfico, una muchedumbre lo tiene en vilo,
en andas como un gladiador después de la batalla.
‑‑Si me pregunta si he ganado mucho dinero con los toros pues le digo
que si. Pero no sé, en ese momento también me lo gastaba con facilidad. Yo
alquilaba has tres carros para viajar con mis amigos, separaba todo un piso en
el hotel. Pero le digo una cosa, no me arrepiento. Vivo feliz con mis
recuerdos, con mi familia. A quien podría quitarme lo baila. Yo soy el único
peruano que vivió con lo que ganaba arriesgando vida en cada pase,
comprendiendo, estudiando, observando a los toros. He sido amigos de
presidentes y de figuras del arte y del espectáculo. Mi pueblo me quería de
manera desmedida. Hubo un tiempo en que si yo no figuraba en los carteles
sencillamente no había corrida. Odría era mi hincha don Manuel Prado, hasta el
mismo Velasco.
Y dicen las buenas lenguas que un tarde de corrida el general Velasco
sentado en la fila de barrera recibió una rechifla cuando le brindaron un toro.
Campechano como era el «chino» devolvió el cumplido con un gesto obsceno.
Entonces toda la plaza se puso contra él y hubieran algunos que se retiraron
indignados. Una semana después Velasco suprimía las corridas de toros en todo
el país. Entonces lo comisionaron a «El Nene» para que haga cambiar de parecer
al general. Velasco lo atendió con cortesía porque entendió que de la fiesta de
los toro vive mucha gente humilde, desde los monosabios, los sastres, los
peones, los acomodadores, las vivanderas y porque era una auténtica fiesta
nacional. Así estuvieron las conversaciones más de 15 días hasta que el presidente
dijo: por ti lo hago «Nene» pero otra día que vayan a silbar a la que tu ya
sabes.
‑‑Nunca me gustó la farra ni la bohemia. Por eso
nadie me conocía ni en los cafés ni en los grandes restaurantes. ¡Ah! Tenía un
prima bien parecido a mi, él se hacía pasar por «El Nene» y se ganaba los
favores que en algún momento me brindaron los amigos. Pero los limeños son
habladores y había que cuidar la imagen. Entre los criticos taurinos siempre
consideré a don Raúl Mugamuro don Fausto Gastañeta, al recientémente
fallecido Zeñó Manué que fue un hombre apasionado por la fiesta y por el sabor
de nuestra ciudad. A Raulito de la Puente. Qué quienes son los mejores toreros. Ni
hablar, me quedo con Joselito y Domingo Ortega, con Ordóñez y Manzanares de los
últimos, bueno y de los peruanos con Carlos Sussoni, Montani y Rafael Puga ¿E
Isidoro Morales?
Y hablamos ya en la tarde gris de la pasión del arte del valor, de la
inteligencia del hombre frente a la brutalidad del animal. De los veinte años
que trabaja en la municipalidad del Rímac como Jefe de la Inspección de
Espectáculos. De que mataba el tiempo leyendo novelitas del Oeste de don Marcial
de la Fuente,
dé su ciento de trajes que vistió, del sastre Juanito El Tortas de Madrid. De
que había que preguntar dónde no lo querían y de don Felix Arias Schereiber,
maestro de la otra pasión taurina, la pluma de la crónica, la luz de la
crónica. «Silencio en el redondel,
inmóvil triste, callado. Un abanico olvidado y un clavel».
(Fragmento del libro USTED ES LA CULPABLE, Norma, Lima 2004)
La segunda fotografia me pertenece y fue publicada con mi autorizacion en el articulo SALAMANCA LOS TOROS DEL MIEDO http://dinastiacespedes.com/escritos2013/1enero1963.htm Por favor dar el credito correspondiente cuando se utiliza material privado. Rafael M Cespedes
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