A raíz del enorme triunfo de Miguel Ángel Perera en la pasada feria de San Isidro en Madrid, no pocos furibundos de José Tomás han intentado aprovechar el gran impacto de lo hecho por el extremeño para, enseguida, tratar de aprovecharlo para volver a magnificar el toreo del galapagarino. Pues, no señores. Perera es el más genuino intérprete del toreo que revolucionó Ojeda. El propio Paco Ojeda ha dicho que quien más acerca a lo que él hizo es Miguel Ángel Perera.
Hace días cayó en nuestras manos un texto en el que se
trataba de explicar por qué Perera es un hijo taurino de José Tomás mediante extraños,
confusos y, por consiguiente, incomprensibles argumentos sobre los aspectos
técnicos del – ¿coincidente? – toreo de ambos que, por carecer de claridad,
conducen al asombro cuando no al sonrojo. Vean lo que decía uno de esos
alucinados que pululan por el orbe tomasista y se creen sus propios inventos:
Con José Tomás empieza lo que yo llamo el cite invisible. Es
decir, no el toque que utiliza el engaño en su totalidad, una vez establecida la conexión de la mirada del toro
con el trapo – el que siempre se había usado – sino el que divide el engaño en
partes y toca al ojo contrario, durante el cite cruzado, para lograr una
conjunción más ceñida con la embestida, o el que toca con la parte del engaño
pegada al cuerpo, para ceñir al toro que abre su embestida; o el frontal, que
llama con la parte superior o el que toca con los flecos.
Y con José Tomás se consuman otras llamadas -apenas se las
puede considerar toques·- durante el viaje de las embestidas, tanto por dentro
como hacia fuera, que mantienen el equilibrio de su conjunción con el engaño y
extraen del toro un trayecto más largo y acompasado.
La observación de esa novedosa manera de torear, que
consiste en conectar la voluntad de embestir del toro con el mando torero que
la modula hasta extraer en cada lance, en cada pase, toda su bravura, es lo que
fascina la mirada del joven Perera que sueña con el toreo y ve en el maestro
otra afirmación de la tauromaquia: la técnica no defensiva, basada en la
entrega del diestro que encentra su seguridad precisamente en el riesgo, en un
sitio muy comprometido, el único que permite enlazar con la mirada del animal y
comprender los móviles de sus embestidas. Es para Perera la suprema maestría, cuya defensa ya
no estriba en desviar la embestida, sino en poseerla, en llevarla en el engaño,
siempre toreada.
Llevar al toro toreado, tras haber planteado la suerte en la
tesitura más comprometida, y encontrar en ello la máxima seguridad del torero,
es un hallazgo fascinante, paradójico, lo
que hace al torero sentirse un auténtico demiurgo de su arte, un artista
excepcional. A esa tauromaquia ética y estética es a la que se afilia
Miguel Ángel desde el momento en que decide ser toreo.
Hasta donde se puede llegar en el intento de explicar lo
inexplicable. La cosa es mucho más
fácil. Simple y llanamente la creación torera de Paco Ojeda. Nunca nadie hasta
llegar el de Sanlúcar a los ruedos,
había toreado ligando más quieto sin solución de continuidad desde un terreno
tan cercano al toro, incluso metido entre los pitones, y llevarlo hasta tan
lejos una y otra y otra… vez.
El toreo más genuino de José Tomás – aquel que hizo en sus
mejores faenas de las temporadas de 1997,1998 y 1999 hasta que se aburrió en
mediados el 2000 y se vino completamente abajo en el 2001- procede directamente del de Ojeda aunque
Tomás nunca llegó a hacer lo que hizo el último revolucionario.
Otros lo intentaron antes que Tomás, como Jesulín de Ubrique
sin llegar a lograrlo por completo; o
como Pedrito de Portugal; o como después los muchos que incorporaron a su
tauromaquia el doble pase de pecho sin moverse si bien, el genuino, el de
Ojeda, era rematado por abajo, no por arriba.
El mismo Ojeda se
mal imitó varias veces a sí mismo y yo se lo critique reproduciendo en la
conversación el famoso dicho: “Bien aventurados sean mis imitadores porque de
ello serán mis defectos”. Luego, no pocas figuras también adoptaron el ligar el
trincherazo a un redondo sin moverse y, por supuesto el llamado “arrimón” para
cerrar las faenas. Todo esto no viene de nadie más que de don Francisco
Manuel Ojeda González.
Miguel Ángel Perera lo que ha hecho es reunir
perfeccionándolo en su toreo todas la revoluciones habidas y por haber. Y
cuajar esas faenas con una templada redondez y una frecuencia inauditas, le
salgan como le salgan los toros que es lo que está consumado esta temporada que, si no hay percances por
medio, superará incluso a la histórica que logró el año 2008.
Yo no fui partidario de Perera hasta la temporada de 2007.
Aquella en que sustituyó a las varias figuras que cayeron heridas a finales de
agosto y de septiembre. Y la primera crónica que escribí diciendo lo mismo que
en este artículo fue en la feria de Palencia con toros de Fuente Ymbro que
Perera, por cierto, ha cuajado muchísimos de esta ganadería. Justamente de
Fuente Ymbro fue el toro que cuajó la mejor faena con mucho de la feria de San
Isidro o del Aniversario – tanto da – en la que, precisamente, José Tomás toreó
sus dos últimas corridas en Madrid. Muy bien en la primera aunque sin alcanzar
la mejor versión de su primera etapa profesional, y horriblemente mal aunque
suicida en la segunda, cosa que no ha vuelto a hacer ni lo hará nunca más.
Entonces nadie se atrevió a decir las tonterías que se están
diciendo ahora tratando de aprovechar el gran triunfo en Las Ventas de Perera
para apuntárselo a José Tomás. Y es que esto es el colmo de los colmos. Porque,
además, esos “inventos” técnicos incomprensibles, Tomás los hace con ganado
superseleccionado y a modo – ya saben
por donde voy – de lo más fácil que haya en el mercado y en escasísimo número
de festejos hiperorganizados.
Mientras que Perera lo viene logrando durante largas e
intensas temporadas en las plazas de más compromiso incluidas y ante reses de
todos los encastes, sin tantos miramientos en las fincas ni tanta publicidad ni
tanto artificial misterio ni tan falaz misticismo. Y añadiendo muchísimas más
cornadas y percances de toda gravedad que el ínclito sujeto de Galapagar. Esto, todo esto, José Tomás no lo hizo ni lo
hará jamás. Ni soñándolo.
¡Hombre, por Dios, que no somos ciegos ni imbéciles¡
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