domingo, 31 de agosto de 2014

José Tomás / EL MISTERIO INSONDABLE



 


El torero dejó ver en la pasada feria de Málaga que es dueño de una gracia sobrenatural. Quien haya tenido la oportunidad de ver a José Tomás en la pasada feria de Málaga quizá haya sentido en su alma esa mezcolanza extraña de un chispazo de felicidad y una aguda sensación de vacío.



1.


No es fácil disfrutar con un toreo tan hondo, tan puro, y saber que el dueño de esa gracia sobrenatural tiempo ha que desistió de su genialidad para vivir como un humano más. Y no hay derecho; para un aficionado a los toros resulta incomprensible que José Tomás decida por su cuenta lidiar solo tres o cuatro corridas al año. Lo tendrá -el derecho- como ser humano, pero no como artista.

Como artista pertenece a todos los que han tenido la dicha de embelesarse con un torero de leyenda; como artista no se pertenece a él mismo, sino a un universo de privilegiados que han aparecido por este mundo para hacer real y visible la pureza.

Pero José Tomás, incomprensiblemente, ha preferido ser un extraterrestre y encerrarse en su planeta de Estepona, a años luz del mundo exterior, donde vive, ama y seguro que será feliz.

Los desventurados son la legión de seguidores que ha sufrido, ha sido feliz y se ha emocionado con una forma única de interpretar el toreo. Desventurados porque José Tomás los ha abandonado a su suerte.

Y después de Málaga, ¿qué? Quizá toree alguna corrida más este año, -bien podría recalar en la feria del Pilar de Zaragoza-, pero su traje de luces no se desgastará mucho por ahora. ¿Volverá alguna otra vez a ser quien fue? Parece probable que no.


2.

La temporada próxima cumplirá 20 años de alternativa, tiene el cuerpo cosido a cornadas, -quién sabe si la muy grave herida de Aguascalientes le sigue pasando factura-, ha formado su propia familia, las canas se abren paso entre la negrura de su cabellera, y los próximos que cumpla serán los 40. Da la impresión de que la carrera de José Tomás está hecha; si no concluida, sí consumada. Quizá, un día no lejano espacie aún más sus apariciones, y, de pronto, entre la sorpresa de todos, se vista de luces en una plaza portátil para regocijo de algunos incondicionales.

Pero lo cierto es que tras su actuación en Málaga queda una sensación extraña de dolor, de pérdida, de congoja, de vaciedad… Y, por encima de todo, de incomprensión. Parece un caso clínico este de José Tomás; el de un ser humano que se ha rebelado contra su propio destino y ha decidido no ser quien es, o, al menos, no reconocerse como tal ante los demás.

3.

Nació para ser un elegido, un artista de época, y ha huido de sí mismo con verdadera desesperación. Ha roto por decisión propia el orden natural de las cosas, y ha firmado un pacto con el diablo para tomar un camino diferente al que la historia le tenía reservado.

De ahí, quizá, su lejanía del mundo, su mutismo premeditado, su carácter extraño y esquivo, su seriedad congénita, su mirada concentrada…

José Tomás vino a este mundo para ser un revolucionario del toreo, y así se ha mostrado, pero prefiere ser un simple padre de familia vecino de Estepona.

Es como si Cristo -permítase la hipérbole- se hubiera empeñado en seguir la senda de su padre y convertirse en carpintero, en lugar de llevar a cabo su misión histórica. ¡Pues vaya chasco…! Como si Picasso hubiera preferido la brocha gorda a los pinceles.

Sería bueno que se reunieran expertos que indaguen en su alma y escruten sus motivaciones; o, en todo caso, que el torero done su interior a la ciencia para que, en el futuro, se conozca el mecanismo del espíritu que permite a un hombre hacer dejación de su cometido en la tierra.

Sea como fuere, José Tomás está en deuda con todos sus seguidores. A todos les debe muchas tardes de gloria; porque a todos y a cada uno de ellos les ha robado una parte de su corazón.

Que siga siendo feliz en Estepona; que aparezca cuando quiera para hacer caja y aumentar la congoja y la impotencia de los suyos. Pero que sepa José Tomás que es un renegado contra sí mismo y contra todos.

Que continúe el misterio, si así lo desea, encerrado en su galaxia del sur; volveremos a verlo cuando, movido por un ramalazo inexplicable, decida mirar, aunque solo sea por un instante, un traje de luces.

Mientras tanto, ahí queda ese vacío que deja quien se niega a ser quien de verdad es. En dos palabras, que José Tomás es la prueba más cierta de que el ser humano es un misterio insondable.

viernes, 29 de agosto de 2014

El temple / LAS ALTURAS ETERNAS DEL SILENCIO




La lógica elemental del toero es el temple. El temple pone de acuerdo al movimiento del toro que embiste y el movimiento del hombre que torea. Se templa el instinto con el instinto; para torear hace falta temple. Temple en capote y muleta que se lleva al toro; temple en el brazo que torea; temple en el hombre que torea con el brazo; para torear hace falta ser muy templador. Acaso el temple no esté bien definido y pueda confundirse con la lentitud.



 El temple depende del toro, como todo lo que se hace en el toreo. Si no van de acuerdo el movimiento del toro y la mano del torero, no hay temple, aunque haya lentitud.  Tanto se falsea el temple por torear rápido como por torear lento. Si se torea con rapidez, si se lleva el instrumento de toreo a más velocidad del temple del toro, éste puede perder o variar el objeto de su codicia, modificar la cometida, destormarse si iba toreado, y hasta rematar en el bulto. Lo menos que puede acontecer es que la suerte se malogre, no se remate y, por tanto, no se ligue el toreo. Si se torea con lentitud, si se lleva el instrumento de toreo a menos velocidad del temple del toro, éste derrota don de alcance el capote o la muleta, y allí termina la suerte, que no es donde debe terminar.

Para torear hay que citar en su sitio- la codicia con la distancia, y acompasar el movimiento –acompañar- a la bravura y a los pies del toro, conservando las distancia para que no enganche. Ni con más rapidez ni con más lentitud: con temple. Que una vez podrá parecer rápido si es rápido el toro; y otra vez parecerá lento si el toro es lento, sin codicia, sin poder y sin ganas de pelea. Esto es el temple en el toreo.

Decíamos días pasados de la necesidad, la eficacia y el mérito de ligar las faenas, los pase de una faena. Para conseguirlo hay que torear con temple. La mayor parte de los enganchones y los desarmes son debidos a que por falta de temple, el toro derrota antes de terminar la suerte. Cuando la suerte no carga y se remata en su sitio, es inevitable que el torero se enmiende, y al enmendarse, los pases sueltos, no se ligan,
porque cada pase es el comienzo de una faena que no se sigue, que se interrumpe, porque como no se lleva al toro toreado hasta donde debe ir, no derrota donde debe derrotar, y la faena se corta.

Esas salidas jactanciosas de la cara del toro, mirando al tendido, son enmiendas para irse del toro, donde no se estaba muy tranquilo, y que el público aplaude porque hemos quedado en que le gustan mucho los retales. En el toreo como en el comercio se hacen verdaderas reputaciones y fortunas con los saldos. Además de todo lo apuntado, son causas de faenas atropelladas los defectos del temple. Cuando el torero es toreado por el toro, cuando no se acoplan, cuando no se entienden, es que tienen temple distinto. No desconocemos que hay toros difíciles de temple.

Pero todo depende del temple del torero y del temple del hombre. Si queremos buscar un ejemplo que aclare las definiciones y conceptos tenemos que recurrir a Juan Belmonte. Toro el toreo de Belmonte está tejido con temple. No es que Belmonte inventara el temple (no habíamos llegado a la época de los inventos), es que lo practicó y prodigio con tantos toros, de una manera tan visible, que hizo posible hacer pasar toros que a otros no pasaban.  Esto fue lo revolucionario de su toreo; el temple. Nada más. Pero éste nada más encierra mucho temple en la mano, mucho temple en el ánimo. Apuntarlo, toreros.

Todos los toros, por mansos que sean, ponen un empuje, una fuerza inicial en la arrancada. Aún por instinto, por defenderse, por quitarse el trapo con que le hostigan, todos los toros embisten algo. Lo difícil es
aprovechar “ese algo”, esa pequeña cantidad de esfuerzo para dar el pase. La mayor parte de los toros que no pasan es porque en su débil acometida por falta de bravura o por falta de poder pierden el objeto por
la violencia con que el lidiador les separa capote o muleta.

Belmonte, con su temple, es el que evitó decir más veces a los críticos de su época: “el toro se queda y no pasa”. En si pasaba o no pasaba el toro se fijaban mucho aquellos críticos, porque esto es más importante que la inspiración.  Aun en el toro que pasa hay matices. Toros que pasan con facilidad y toros que pasan obligados. Este toreo tiene más calidad, y más técnica, y más riesgo. No es lo mismo “pasar”, que “obligar a pasar”, que “ver pasar”. En lo primero hay imperativo, mando, que no debe confundirse con el contemplativo “ver pasar”, aunque acuse  tranquilidad.

El toreo tiene una finalidad y no nos cansaremos de repetirlo: dominar al toro, y al toro no se le domina nada más que cuando la muleta tiene el mando de la mano del torero. Con la muleta bien mandada se torea tan limpiamente que el toro va por donde quiere el torero. (Hago excepción del toro de sentido, que modifica la arrancada y sorprende. Pero si se ha visto el toro, debe estar prevenido y no hay excepción). Esos toros que después de muchos pases, algunos muy aplaudidos, llegan “crudos” al momento de la estocada, sin dominar, son los toros que no se han toreado bien, que no se les ha hecho faena, a pesar de los muchos pases, porque el matador, más atento a buscar oportunidad a la monserga de su invención, ha descuidado todas las normas del toreo y ni ha mandado, ni ha templado, ni ha ligado; con lo que queda dicho que no ha toreado.

Advierto que no rechazo los adornos, la gracia espontánea de los adornos, con que se resuelve un movimiento inesperado del toro, porque esto es adorno de visión torera, recursos de buen gusto. Lo que rechazo es el adorno reiterado, insistente, porfiador, premeditado, como base y norma del toreo, que ya deja de ser adorno para ser un estilo de dudoso gusto.
Ya tenemos al toro igualado en el sitio donde “tiene la muerte”. Ahora me doy cuenta de que como he puesto mi afición al día, tengo el estoque de madera. Voy a por el otro. Hagan ustedes y el toro el favor de esperar. No voy nada más que hasta la barrera. Vuelvo enseguida.


Gregorio Corrochano.
Publicado en ABC, 6 de julio de 1954

Miguel Ángel Pereda / LA ETERNIDAD DEL ARTE PERPETUO



 

Miguel Ángel Pereda gusta en Lima y repite este 2014. Aquí detalles de su forja. Al fuego lento de la vida y en el yunque férreo del toreo. La presentación en público llegó el 31 de Agosto de 1999, en Baños de Montemayor, en la provincia de Cáceres. Aunque el primer vestido de luces lo viste en Olivenza (Badajoz) el 9 de octubre de ese mismo año. Dos fechas que marcan el arranque de un camino imparable y sólido.



1.




27 de noviembre de 1983. Puebla del Prior, Badajoz. Una fecha y un lugar. El comienzo de todo. La casa de Miguel y Dami se llenaba de luz por primera de tres veces. Nacía Miguel Ángel, el primogénito, el primer sueño cumplido en casa de los Perera Díaz. Eran los tiempos del reinado de Paco Ojeda. De otro deslumbramiento: el del mundo entero girando en torno a un torero con el corazón de granito. ¿Casualidad? ¿O las cosas del destino, quizá?

El niño Miguel Ángel fue creciendo con ese compás diferente que tienen las cosas de la vida en los pueblos sencillos. A medias repartido su tiempo entre las clases en el colegio San Esteban y los juegos con amigos y compañeros. Y con Sergio, su hermano. Cómplice de tantas cosas ya por entonces. En casa, nada de toros. Nunca lo había habido. Sencillamente, se había terciado así… Por eso fue llamativo que Miguel Ángel y Sergio se empeñaran en enseñar a embestir a un carnero que tenían a mano. Tal vez no embistiera demasiadas veces el animal, pero ellos nunca desistieron en el intento. Fue el instinto, ese cauce natural que tiene la sangre para llevarnos por los caminos que son ciertos a nuestra vida. Más aún, cuando alrededor de uno sopla esa brisa suavemente insistente que aviva la llama para que abrase más y más. Esa brisa se llama Sandra, otra Perera con raza de torero, que tantas veces alimentó el sueño grande de su hermano.

El 4 de noviembre del 2000 en Olivenza, otra vez Olivenza, asistía a su despedida como novillero sin caballos. Lo hizo imponiéndose en la Final de la Federación de Escuelas Taurinas. Fue el colofón a veintidós tardes toreando sin picadores que fueron veintidós exámenes aprobados con la nota alta del riguroso nivel de taurinos, profesionales y aficionados. Tanto, que las puertas empiezan a abrirse y en noviembre de 2001 la empresa hispano-mexicana Tauromex se hace cargo de su apoderamiento. Otro cambio radical en la vida de Miguel Ángel. El niño que se había hecho joven tenía de golpe que convertirse en hombre. Y volar otra vez. Como antaño a aquel colegio de Villafranca de los Barros, pero ahora a la gran universidad de la vida. Madrid, la capital por excelencia, le esperaba sin saberlo ella. Aunque no tardaría en enterarse…

Aquél fue un invierno de intensa y dura preparación. Por delante, otro paso al frente, el salto de escalafón, la entrada en los del castoreño. El debut se produjo el 23 de febrero de 2002, en la Plaza de Toros de Illumbe, en San Sebastián. El cartel lo completaban Andrés Palacios y el mexicano Arturo Macías con novillos de Mari Carmen Camacho. Una oreja le cortó Miguel Ángel al sexto, un premio que no hizo sino seguir alimentando la expectación en torno al nuevo torero. Antes de terminar aquella campaña de 2002, Miguel Ángel Perera tuvo ocasión de presentarse en la Plaza de Toros Monumental de México. Fue el 22 de septiembre. Primera etapa de varias que le llevó por algunos de los principales cosos americanos, como Lima, Quito, Cali y Aguascalientes.

Las dos siguientes fueron dos temporadas definitivas. La de 2003, a modo de declaración de intenciones, la cimentó de inició presentándose en Bilbao con una novillada de Fuente Ymbro y las cámaras de TVE como testigos. Otra oportunidad que Perera aprovechó al mil por mil. Otro aldabonazo. Otro golpe en la mesa. Barcelona, Sevilla, Valencia, Badajoz, Arles, Nimes, certámenes de novilladas de primer nivel como Algemesí donde se proclama vencedor… Cuentas de un rosario luminoso y triunfal. Pero como no hay luz sin sombra, Miguel Ángel conoció pronto y fuerte la cara más dura del toreo: la cornada. Grande fue aquella del 30 de septiembre de 2003 en Arnedo. Un tabaco. Costó superarlo. Casi un mes tardó en llegar la reaparición. Fue ya en tierras americanas, en Lima.


2.

2004 tenía que ser un año determinante. Y Perera así lo preparó. Y así lo anunció cuando el 29 de febrero se encerró por vez primera en su carrera con seis astados. Seis novillos, en este caso, de Guadalest en su tierra, en Villafranca de los Barros, en su segunda casa. La tarde dio para muchas cosas. Para el triunfo: tres orejas y un rabo cortó el diestro. Pero también, de nuevo, para el contratiempo de la cornada. Una interna le propinó el cuarto aunque nadie lo percibiera porque Miguel Ángel prosiguió el espectáculo hasta el final llegando, incluso, a banderillear al cuarto y a picar al quinto. Lo dicho, una declaración de intenciones…

Y llegó el 6 de junio, el día del debut en Las Ventas de Madrid. Aplazado porque debió haberse celebrado algunas tardes antes, la del 24 de mayo. Lo impidió la lluvia. Agua que, lejos de sofocarlo, avivó el fuego interior de Miguel Ángel por hacer suya y rendir a la primera plaza del mundo. Alternó con Morenito de Aranda e Ismael López. De azul rey vestido, el de Puebla del Prior no necesitó más que un novillo para gobernar por entero el reino. Las dos orejas le cortó a Laminoso, de El Ventorrillo, tras una faena imponente, rotunda e impactante. Una actuación de altos registros que confirmó con el cuarto, del que obtuvo otro apéndice. La Puerta Grande más grande del toreo abierta de par en par a las primeras de cambio.  

Tocaban empresas mayores, el asalto definitivo, la mayoría de edad: convertirse en matador de toros. Aquel horizonte tan lejano para el niño que empezó a torear de salón en el colegio San José y que, desde entonces, ya no paró nunca de torear y de torear cada vez mejor. Pero antes, el adiós a lo grande al escalafón novilleril. En otra plaza de primera, como en el debut. Valencia, en este caso. Y, como en San Sebastián, una oreja y la impresión de que el techo de Miguel Ángel quedaba lejos aún.

3.

Badajoz. Vísperas de San Juan. Un vestido blanco y oro. Como siempre fue. Perera en casa. Cumpliendo el sueño de la alternativa. El árbol en su raíz. Como siempre fue. De padrino, El Juli. Como testigo. Matías Tejela, que entró inesperadamente en sustitución de Enrique Ponce, herido el día antes. Las cosas del destino, que se empeña en marcar su terreno… Miliciano, de pelo negro y 590 kilos, fue el toro del doctorado. El brindis, a su padre. La condición de los toros no acompañó y la puerta grande se le resistió. Aunque por encima de resultados, el público que llenó la plaza y los profesionales y taurinos que acudieron al evento salieron con lo que fueron buscando: la certeza de que una nueva figura del toreo venía creciendo.

En el invierno de ese 2004, Miguel Ángel Perera puso en manos del apoderado francés Simón Casas la dirección de su carrera. A Casas le relevó al año siguiente José Antonio Chopera. Era la temporada de 2005, la de la confirmación de alternativa en Madrid. Fue el 26 de mayo, con César Rincón como oficiante de la ceremonia y, otra vez, Matías Tejela como notario. El vestido, rosa y oro. Para el recuerdo, apenas la efeméride. El ganado impidió que pasaran cosas importantes. Tocó esperar hasta la Feria de Otoño, en la que Perera cortó dos orejas, una en cada una de las tardes en que se anunció. La primera, incluso, la del 8 de octubre, con una cornada que fue su bautismo de sangre en la cátedra venteña. Cuatro días más tardes, el de la Hispanidad, el diestro de Badajoz logró cortar dos orejas en la Maestranza de Sevilla, una a cada uno de sus ejemplares. Pero, de nuevo por encima del resultado, importó la sensación de cuajo que dejó en el coso hispalense. Una tarde que el torero aún recuerda entre las de mayor plenitud personal.

2005 y 2006 fueron años de crecimiento y de regularidad. En el triunfo y en la firmeza. No sólo se consolidaba la figura, sobre todo, maduraba el torero. Entre esas dos temporadas indultó cuatro toros, los primeros de su vida. Espléndido en Murcia, Bucanero en Abarán (Murcia), Harinero en Valencia y Pitito en Palencia. Cuatro hitos inolvidables, cuatro encuentros con la bravura por excelencia y el toreo derramándose a chorros… Miguel Ángel Perera confirmado en la élite de aquel mundo que le atrapó para sí una tarde de tentadero en lo de Pereda con Campuzano y Pepe Luis Vázquez erigidos en héroes a los ojos del niño. Ahora el héroe era él…

4. 

Pero también el niño que, como entonces, tenía las entrañas ardiendo en busca de respuestas a tantas preguntas. Es esa desazón que atrapa y envuelve al incorformista por naturaleza. Miguel Ángel lo es. Siempre quiere más, aunque no siempre más tenga que ver con la cantidad, sino con la calidad. Perera necesitaba saldar cuentas con su serenidad y rompió con el poder para ponerse a caminar por la cuerda tantas veces floja de la independencia. Pero, como en tantos otros momentos en su trayectoria, no le importó la senda sino el paso. Y de éste, Miguel Ángel que era su único dueño, estaba más que seguro. Y eligió a Fernando Cepeda como nuevo apoderado, un apoderado nuevo, pero que, sobre todo, era torero. Como él. Y ya se sabe que el lenguaje de los toreros tiene códigos que sólo ellos descifran.
Temporada de 2007. Otro camino nuevo por delante. El reto de la novedad, el vértigo apasionante de lo incierto. Y tanto que lo fue. El poder empezó a mover sus hilos y alguna que otra puerta se fue cerrando. Para colmo, una fuerte cornada de un toro de Valdefresno el 18 de mayo en Madrid le obligó a parar. Un tiempo de recuperación y de reflexión que hizo más fuerte al torero, al apoderado y a su unión. La segunda mitad de aquella campaña dejó pasajes pletóricos de Perera como Alicante, Badajoz, Salamanca, Murcia, Nimes, Barcelona, Albacete, Sevilla, Madrid y Zaragoza. Fue el prólogo de 2008, sin duda, el mejor año de su vida por ahora.

Aquél fue un Miguel Ángel Perera desatado, arrollador, implacable, triunfador… Un año perfecto de principio a fin. Desde el estreno español en Torremolinos hasta el final en Las Ventas la tarde del 3 de octubre. Un día que convirtió al de Badajoz en un gigante. Roto por las cornadas, exhausto de dolor, pero con la primera plaza del mundo estremecida y puesta en pie ante la demostración de gallardía torera de un torero que dio aquel día el paso definitivo hacia ese nivel donde sólo entran los elegidos. Entre una y otra tarde, una temporada de oro. El año de las dos orejas de Sevilla y, ante todo, el año de aquel día después del día de José Tomás. 

El 6 dejunio, cuando todo el toreo hablaba del despliegue para la historia que el maestro de Galapagar había ejecutado en Madrid, Miguel Ángel respondió con una actuación tremendamente importante que le puso en las manos cuatro orejas de una unanimidad total. Perera se sabía figura máxima del toreo y como tal respondió. Fue el cénit de un año donde también hubo lugar al dolor del percance. Como la cornada de Alicante el día que reemplazaba a José Tomás, también herido. Y fue también la temporada del encuentro, el primero, con el propio diestro de Galapagar. El 24 de agosto, en Cuenca, una cita especialmente anhelada por Miguel Ángel dada su profunda admiración por José Tomás. El ritmo era imponente, de éxitos y de toreo, y como tal concluyó…

 5.

Fue en Madrid el 3 de octubre. Vestido de grana y oro y seis toros sólo para él aguardando en los corrales de Las Ventas. Sólo cinco pudo matar. Dos cornadas lo impidieron. De la primera fue intervenido en la propia plaza, que le esperó impaciente, porque el héroe regresó a su empeño. Otra vez el férreo empeño de Perera. De la segunda, en el quinto, ya no pudo volver de la enfermería. Daba igual: la gesta estaba escrita. Tres orejas en una tarde épica, de las que subliman al toreo por encima de todas las artes. Y al torero, por encima de todos los hombres. Otra vez Madrid entregada a Miguel Ángel y Miguel Ángel dado por entero al toreo…

Una senda en la que sigue. Año a año. Presente siempre en las principales ferias, afrontando los compromisos más serios, atendiendo a su compromiso con la afición y con la profesión. Especialmente complejo fue 2012, en el que Perera no recibió en algunas plazas y de distintas empresas el trato y el lugar ganado en el ruedo. Otra vez el precio de la independencia… Pero un coste que el torero de Puebla del Prior asume y encara. Como un estímulo. De hecho, 2013 está siendo otra de sus grandes temporadas. En regularidad en el triunfo y en lo maciza de su tauromaquia. 

Aquel sueño forjado en el colegio ha ganado ya muchas de sus aspiraciones. Pero los valores que lo cimentaron siguen intactos. Y también la ambición por seguir adelante. Al fin y al cabo, la de Miguel Ángel Perera y el toreo es la historia de un deslumbramiento, de un enamoramiento. Y los amores que lo son de verdad, lo son para toda la vida.