sábado, 23 de agosto de 2014

Adolfo Rojas «El Nene» / Más cornadas da el hambre




Un texto de ELOY JÁUREGUI

Su cuerpo es el mismo mapa del país. Cicatrices en las inglés como hondas quebradas, heridas tapiadas en la panza cual cañones interandinos, brechas profundas en la vida que la carne de los tiempos bordó como claves de una tra­gedia frente a las fieras. Y su esta­tura apenas sobrepasa el metro sesenta. Oiga maestro, y usted cuán­to mide ‑‑le suelto el dardo de la duda‑‑. «No sé, nunca tuve esta­tura y mi altura jamas fue proble­ma». Y una costura baja desde la oreja derecha hasta el bigote imaginario. Estoy frente a quien fuera uno de los mejores toreros peruanos. Un ser muy especial Adolfo Rojas Barrios «El Nene».


1. 

Un departamento bien coloca­do en Lince frente a los Pollos Hil­ton. Y en la ventana del tercer piso está el matador observando la ma­ñana. Ahora baja para abrir la reja. Está enchalinao y camina como cuando realizaba el paseillo, con garbo aunque calce chancletas y hable de Leguia como si fuera su primo. Ahora me muestra sus fo­tos y la vieja Plaza de Acho con sus cuartos, brilla ante un par de banderillas al quiebro. Su traje Grana y Oro sirvió para una post­al de promoción del gran Juan Belmonte en Lima y no era don Juan sino don Adolfo de espaldas a la cámara en una ceñida «Veró­nica» inmortal. «Negro toro, nostálgico de heridas/ corneándole al agua sus paisajes/ revisándole cartas y equipajes/ a los trenes que van a las corridas.»
‑‑Mire que yo nací por pura casualidad en la ciudad de Jauja. Mi padre era militar, ayudante de don Pedro Pablo Martínez, y lo mandaron a develar una revolu­ción chiquita. Mi madre estaba embarazada, y que caray, yo nací bajo el cielo serrano aunque siem­pre vivimos bajo el Puente en el Rímac, en la Calle Nueva, junto a la iglesia de San Lorenzo, en la esquina con el jirón Pataz. Una cuadra más arriba era territorio de los banderilleros, ahí estaban don Juan Giani Rubio, cuñado de Car­litos Sussoni gran maestro y me­jor señor, también Jorge Sánchez «Miura» que me enseñó los pri­meros secretos. Los taurinos éra­mos como una familia.
Entonces saca una botella de pisco-pisco y pide café y copas. Y sirve sendos vasos con el temple de un ayudado por bajo. Adolfo Jr. que estudia ciencias de la comunicación en la universi­dad de Lima nos dice que su pa­dre jamás lo quiso llevar ni a una tienta y menos a una corrida. No quiere que siga sus pasos ‑‑habla casi resignado‑‑. No obstante, en su mirada hay afición y sangre «El Nene» ahora me muestra su montera y su coleta. Un par de medias rosadas están impecablemente dobladas como si ayer no más fuera su última cogida, per­dón, corrida. Sirva otra copa ma­tador. «¿Qué suenas en tus cuerpos, qué escondidas/ ansias les arrebolan los viajes/ qué sistema de riesgos y drenajes/ ensayan en la mar tus em­bestidas?»
‑‑La primera vez que vi un toro fue algo fortuito y terrible. Estabamos caminando con mis hermanos mayores frente a La Plaza de Acho y nos invitaron a pasar porque había un festival pro fondos de un albergue. Así que como regalaban caramelos y biz­cochos, nos metimos. De pronto soltaron a un toro y yo me puse a llorar de pánico y ni por mas que se presentaba la compañía del bu­fo «Chaplín y sus botones» que cuando abrió su maleta se escaparon como mil gatos, ni por más que aumentaron mi cuota de golosinas, pudieron aguantar mi be­rrinche. Al principio me moría de vergüenza pero me sobrepuse y solito una mañana con mandil de colegio me presente a la plaza pa­ra que me enseñen a torear. Así era de radical y de bravo.
Tiempo después debutó de be­cerrista en la misma Plaza de Acho. La Peña Taurina de Lima organizaba un festival. Al tenor cómico Caballero le tocó un bicho bien feo y no quiso torearlo. Entonces lo llamaron: «Adolfo Adolfo». Y Adolfo ni corto ni pe­rezoso se lanzó al ruedo. Habían pasado apenas dos años de su pa­taleta de mocoso pero esta vez se plantó frente al animal, le pegó un par de pases como mandan los cánones y el público se vino abajo. Con rodilla entierra siguió su fae­na y la plaza fue un loquerío. Era difícil en esa época cortar orejas en Acho. No importó, «El Nene» simplemente salió en hombros y pensar que sólo tenia once años. «Nostálgico de un hombre con espa­da,/ de sangre femoral y de gangrena,/ ni el mayoral ya puede detenerte.»
Qué por qué me dicen «El Nene». No sé, desde que era chi­quito escuché que me llamaban así. Yo era el menor de mis siete hermanos y no era tan desarrolla­do de físico que digamos. Una tar­de que yo toreaba, un amigo de mi familia se sentó junto al periodista Fausto Gastañeta y cuando me vio le dijo: Ese es el «nene», y el perio­dista así me bautizó. Mi primer traje de luces me lo obsequió el empresario Manuel Pérez León, era de color Perla y Oro. Antes, en la revista «Variedades» apareció una foto y este titular «Niño pe­ruano pegando un derechazo con pantalones cortos». En realidad por aquella época no existía mu­cha afición y las corridas se daban de vez en cuando. En ese tiempo destacaban Carlos Sussoni y Elías Chávez «arequipeño». ¿E Isidoro Morales?



2.
Y don Adolfo que no fuma, que dice ser un hombre ca­sero, que ahora trabaja en la mu­nicipalidad del Rímac, lidió más de tres mil toros y no a todos les dio muerte, apenas un centenar se salvaron de su magistral estoque. Un día el empresario español Joa­quin Vera lo contrató para que toree en la misma plaza de la Ciu­dad de La Habana -así como sue­na- que era un pequeño coliseo para cuatro mil personas. Esa tar­de se encerró con cuatro bureles de casta. El peruano gustó y repi­tió tres tardes más con un público encandilado y al borde del infarto. Es que «El Nene» era un torero alegre, variado y muy valiente. Banderillaba y hasta hacía de pi­cador. Era un gusto verlo solo frente a la bestia, en medio de la plaza, con su tamaño pequeñito, cada vez más aleonado y con el cuerpo cosido a cornadas. «Corre toro, a la mar, embiste nada/ y a un torero de espuma, sal y arena,/ ya que intentas herir, dale muerte.»
‑‑También actué en la plaza de Montevideo con el mismo empre­sario. Ahí fui amigo del presiden­te de la república que me hizo hospedar en el mismo palacio de gobierno. En Bolivia fue igual, el presidente me llevaba a la resi­dencia presidencial a jugar pali­troques y tomar whisky. Fue re­cién en 1936 que Lima se convierte en un mercado taurino. Ese año don Óscar Pomar se empeña en programar novilladas. Bueno, to­reamos con Luis Iturrigui, con Chirinos, con José Muro. El año anterior hubo una pequeña tem­porada y llegaron desde España «El Niño de la Palma» que fue el padre de Antonio Ordoñez, Vi­cente Barrera, Florentino Balleste­ros, Pedro Castro «Facultades», todos españoles. Aquello sirvió para levantar la afición y para que aparezcan nuevos novilleros.
Y vieron su arte las mejores plazas de México, de Venezuela de Colombia, de Ecuador, tam­bién de Chile --sí señores-- y por supuesto de Españaa. El 4 de enero de 1945 recibe la alternativa como matador de toros siendo apadri­nado por Rafael Ponce «Rafaeli­llo» o conocido también como «Polvorilla» siendo testigo Juan Belmonte Campoy, el hijo del épi­co «Pasmo de Triana». Y ahí está don Adolfo mostrando una foto espectacular de aquella tarde, re­alizando el paseíllo, esa tarde que se abría la nueva y remodelada Plaza de Acho. «El Nene» había matado el último toro de la anti­gua plaza y el primero de la nue­va. «El Nene» ya era historia y leyenda. ¿E Isidoro Morales?
‑‑Sabe una cosa, tengo otro ré­cord, apenitas 36 cornadas, sólo me supera Diego Puerta. Una vez en Guayaquil me pegaron dos cornalones en la misma ingle. El primer toro me mandó a la enfer­mería y apenas se descuidó el mé­dico me escapé y salí a matar mi segundo toro. Eataba medio cojo y otra vez, me dieron en la misma herida. Sentí que moría porque presentaba dos trayectorias como de 18 centímetros, de milagro me salve. Aquí en Lima, mucha veces me dieron por muerto, tenía las tripas colgando, me salían chis­guetes de sangre, pero era muy difícil que me metan a la enferme­ría. Una vez estuve inconsciente cerca de 15 días. Otro toro casi me arranca un ojo. Mire no le miento.
Ahora se alza el pantalón y me muestra dos cicatrices en el muslo de la pierna derecha, dos surcos como el cañón del Colca ahí donde le dieron a Paquirri, ahí donde le pegaron a Pepín Martín Vásquez y que el propio Manolete salvo al aplicarle un torniquete para que no se desangre. En la otra pierna le falta la mitad de la nalga, y más arriba todavía, el tó­rax geográficamente se muestra accidentado, como el boquerón del padre Abad. En 1947 debuta
en la plaza de Bilbao en España. El pequeño valiente se juega en cada pase. El toro hace por él lo empi­tona en cámara lenta, brota la san­gre a borbotones, su cuerpo en vilo es llevado a la enfermería donde lo operan con anestesia to­tal, luego despierta en la cama de un hospital madrileño. Ahí mis­mo pregunta dónde está el toro dónde ese maldito bicho. «Oh tu, toro hermosísimo, piel sorprendida,/ ciega suavidad como un mar hacia adentro,/ quietud, caricia, toro, toro de cien poderes,/ frente a un bosque parado de espanto al borde.»
‑‑Mi traje favorito es el Rojo y Oro, un color llamativo, que en­ciende a cualquier aficionado. En los diez años que estuve en Espa­ña comprendí que eso del toro era la cosa más difícil del mundo. Ahí nadie habla bien de nadie porque hay que ganarse un espacio. Mon­tani tuvo éxito porque al principio colaboró con Carlos Arruza y este le dio la mano después para que triunfe en algunas plazas impor­tantes. A Rafael Santa Cruz lo apoyó Dominguin -no sé por qué motivos- y Rafael fue un éxito. En mi caso, las únicas personas que me ayudaron fue la familia Bienvenida, ellos vivían en la calle General Mora en Madrid. Manolito era el que sabía más. José era muy fino y Antonio era un lidiador festivo. A Manolito no lo mató un toro, lo mató un quiste en el pulmón. 



3. 

Y cuando el Perú entró en conflicto bélico con Ecuador, «El Nene» se hallaba radicando en Guayaquil. Lo habían programado un domingo de guerra y el empresario le sugirió que no se presentará porque el público ecuatoriano se le iba echar encima. Don Adolfo dijo que el no era soldado que él era un artista y fue a la plaza. En el paseíllo hubo insultos y rechiflas pero ahí había un valiente. «El Nene» se cuadró de hinojos frente a la puerta de los chiqueros y es­pero al toro con una larga cambia­da, volvió a repetir el lance clava­do en la arena, y después cuatro pasos más. Los ecuatorianos que saben toros se querían morir. Ese domingo observaron un faenón y sacaron al peruano en hombros desde la misma plaza hasta el ho­tel. Esa misma noche se firmó el acuerdo de paz.
Y no sólo inventó el natu­ral invertido, que ahora me está explicando como se ejecuta, sino aquel pase que después lo llama­ron la «Girondina» en homenaje al maestro Girón. Ya el joven Adolfo lo había puesto en practica en la década del treinta en la vieja Acho. Ahí están las fotos de la época, amarillentas pero como fiel imagen de un pasado sublime. Entonces le pregunto por el mie­do. Y «El Nene» siente miedo. Di­ce que es algo así como una tercia­na, que inmoviliza, que no deja pensar, que paraliza las faculta­des y uno olvida todo lo que aprendió, que nunca un torero de­be dejarse dominar por el temor, que hay que tener dominio de si mismo. Entonces le hablo de los tres miedos, de aquel que se siente por el toro, del otro que se sufre por el público, y del más terrible, del miedo al mismo miedo. Don Adolfo sirve otra rueda de piscos.
--Oiga, yo soy muy católico. A mi me faltan Santos, pero al que le tengo más fe es a San Martín de Porres. El día de la corrida me levantaba tarde y de ahí a misa. Luego volvía a descansar v no co­mía absolutamente nada. Hay to­reros que comen de nervios pero eso es peligrosisimo si uno sufre una cornada, que para mi no era nada raro porque yo me arrimaba de verdad. Luego me vestía con calma y de ahí otra vez a la capilla a rezar. Yo he toreado hasta los setenta. La última vez le pedí prestado un traje a Rafel Puga y me lo dio con estas palabras: no importa que me lo devuelvas roto o parchado, con tal que no me lo regreses cagado. Es que con el miedo, a ciertos toreros se les suel­ta el estomago, eso es peor que una cornada «Y su sangre ya viene cantando:/ cantando por marismas y praderas,/ resbalando por cuernos ateridos,/ vacilando sin alba por la niebla...»
El mayor triunfo de «El Nene» ocurrió en la plaza de Las Ventas en Madrid. El madrileño es un público muy exigente y su regla­mentos es de verdad estricto. Nadie que no haya cortado dos orejas puede salir en hombros de aquella catedral del toreo. «El Nene» a principios de los cincuenta rom­pió esquemas y estuvo apoteósi­co. Tras notable faena entro a ma­tar y pinchó volvió a repetir y volvió a fallar con el acero. Así perdió los trofeos pero el público ganó un ídolo. Sin hacer caso de la ley, se llevó al matador en hombros. Y también está el documento gráfico, una muchedumbre lo tiene en vilo, en andas como un gladiador después de la batalla.
‑‑Si me pregunta si he ganado mucho dinero con los toros pues le digo que si. Pero no sé, en ese momento también me lo gastaba con facilidad. Yo alquilaba has tres carros para viajar con mis amigos, separaba todo un piso en el hotel. Pero le digo una cosa, no me arrepiento. Vivo feliz con mis recuerdos, con mi familia. A quien podría quitarme lo baila. Yo soy el único peruano que vivió con lo que ganaba arriesgando vida en cada pase, comprendiendo, estudiando, observando a los toros. He sido amigos de presidentes y de figuras del arte y del espectáculo. Mi pueblo me quería de manera desmedida. Hubo un tiempo en que si yo no figuraba en los carteles sencillamente no había corrida. Odría era mi hincha don Manuel Prado, hasta el mismo Velasco.
Y dicen las buenas lenguas que un tarde de corrida el general Velasco sentado en la fila de barrera recibió una rechifla cuando le brindaron un toro. Campechano como era el «chino» devolvió el cumplido con un gesto obsceno. Entonces toda la plaza se puso contra él y hubieran algunos que se retiraron indignados. Una semana después Velasco suprimía las corridas de toros en todo el país. Entonces lo comisionaron a «El Nene» para que haga cambiar de parecer al general. Velasco lo atendió con cortesía porque entendió que de la fiesta de los toro vive mucha gente humilde, desde los monosabios, los sastres, los peones, los acomodadores, las vivanderas y porque era una auténtica fiesta nacional. Así estuvieron las conversaciones más de 15 días hasta que el presidente dijo: por ti lo hago «Nene» pero otra día que vayan a silbar a la que tu ya sabes.
‑‑Nunca me gustó la farra ni la bohemia. Por eso nadie me cono­cía ni en los cafés ni en los grandes restaurantes. ¡Ah! Tenía un prima bien parecido a mi, él se hacía pa­sar por «El Nene» y se ganaba los favores que en algún momento me brindaron los amigos. Pero los limeños son habladores y había que cuidar la imagen. Entre los criticos taurinos siempre conside­ré a don Raúl Mugamuro don Fausto Gastañeta, al recientémen­te fallecido Zeñó Manué que fue un hombre apasionado por la fiesta y por el sabor de nuestra ciudad. A Raulito de la Puente. Qué quienes son los mejores toreros. Ni hablar, me quedo con Joselito y Domingo Ortega, con Ordóñez y Manzanares de los últimos, bue­no y de los peruanos con Carlos Sussoni, Montani y Rafael Puga ¿E Isidoro Morales?
Y hablamos ya en la tarde gris de la pasión del arte del valor, de la inteligencia del hombre frente a la brutalidad del animal. De los veinte años que trabaja en la mu­nicipalidad del Rímac como Jefe de la Inspección de Espectáculos. De que mataba el tiempo leyendo novelitas del Oeste de don Mar­cial de la Fuente, dé su ciento de trajes que vistió, del sastre Juanito El Tortas de Madrid. De que había que preguntar dónde no lo que­rían y de don Felix Arias Scherei­ber, maestro de la otra pasión tau­rina, la pluma de la crónica, la luz de la crónica. «Silencio en el redon­del, inmóvil triste, callado. Un aba­nico olvidado y un clavel».

(Fragmento del libro USTED ES LA CULPABLE, Norma, Lima 2004)

1 comentario:

  1. La segunda fotografia me pertenece y fue publicada con mi autorizacion en el articulo SALAMANCA LOS TOROS DEL MIEDO http://dinastiacespedes.com/escritos2013/1enero1963.htm Por favor dar el credito correspondiente cuando se utiliza material privado. Rafael M Cespedes

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